
En la última mitad del siglo XX, nuestra poesía conoció una de sus voces más singulares y profundas: Jorge Teillier, iniciador de la llamada poesía lárica, corriente que reivindicó con nostalgia los paisajes, los ritos y la memoria. En su obra conviven los bosques lluviosos del sur de Chile, los trenes envueltos en niebla, las pequeñas pérdidas cotidianas y una soledad urbana habitada por bares y boxeadores caídos.
Teillier, nacido el 24 de junio de 1935, fue parte fundamental de la Generación Literaria de 1950. Un grupo de autores que renovó la poesía nacional con una sensibilidad anclada tanto en la introspección como en el desencanto. Su propuesta poética se debatía entre dos mundos: por un lado, la reconstrucción simbólica del “lar”, esa patria íntima del tiempo perdido y, por otro, la crudeza de la vida bohemia y el desgaste de los días.
Publicó su primer libro, “Para ángeles y gorriones”, en 1956, seguido por títulos imprescindibles como “Los trenes de la noche y otros poemas” (1964), “Poemas secretos” (1965) y “Muertes y maravillas” (1971). Su producción fue acompañada también por una notable labor como traductor —destaca su versión de La confesión de un granuja, del poeta ruso Sergei Esenin—, cuentista y colaborador en prensa y revistas literarias.
Además de su creación poética, Teillier mostró un compromiso activo con la memoria cultural del país. En 1962 publicó “Romeo Murga: Poeta adolescente”, rescatando voces olvidadas. Mientras que un año después fundó la revista Orfeo junto a Jorge Vélez. En 1965 escribió el ensayo “Los poetas de los lares”, que sirvió como manifiesto de toda una corriente poética centrada en la provincia, la infancia y el respeto por las tradiciones.
Traducido a múltiples idiomas y con dos selecciones bilingües, su obra ha trascendido fronteras. Jorge Teillier falleció el 22 de abril de 1996 en Viña del Mar, dejando una obra poética que sigue marcando la memoria colectiva.
Les dejamos uno de sus poemas:
LETRA DE TANGO
La lluvia hace crecer la ciudad
como una gran rosa oxidada.
La ciudad es más grande y desierta
después que junto a las empalizadas del Barrio Estación
los padres huyen con sus hijos vestidos de marineros.
Globos sin dueños van por los tejados
y las costureras dejan de pedalear en sus máquinas.
Junto al canal que mueve sus sucias escamas
corto una brizna para un caballo escuálido
que la olfatea y después la rechaza.
Camino con el cuello del abrigo alzado
esperando ver aparecer luces de algún perdido bar
mientras huellas de amores que nunca tuve
aparecen en mi corazón
como en la ciudad los rieles de los tranvías
que dejaron hace tanto tiempo de pasar.